sábado, 6 de marzo de 2010

No puedo.

La noche declinaba, y los últimos rayos de sol traspasaban la ventana, iluminado el papel que tenía delante, en blanco. Debo escribir algo poético y hermoso para dárselo al duque, que tiene plena confianza en mí. Pero mi cabeza no funciona si me obligan a poner por escrito las cursilerías y sandeces que tanto gustan a la alta sociedad. Mi poesía es sencilla; sencilla y bonita, para qué mentir. Trato de captar cosas como "una risa en verano", "las gotas de agua" y "una hoja arrastrada por el viento". Parece imposible, pero lo logro. -¡Juan, la cena!- exclama mi mujer. -¡Aún no he terminado! La poca luz que había se desvanece, igual que mi esperanza de quedar bien ante el duque. Enciendo una vela. Mojo mi pluma en la tinta negra, y titubeo antes de empezar. Repito, no funciono bien si me obligan a escribir, o si yo siento esa obligación sobre mí. Claro que podría coger uno de mis anteriores poemas y entregárselo, pero como es un fiel seguidor mio (acaso el único que tengo, a excepción de mi esposa), los ha leído todos, incluso los más íntimos, los que le dedico a mi mujer. Pero no puedo negarle nada, quedaría mal, no puedo negar nada al señor que suministra la comida de mis animales, que financia mis tierras. Además, mil demonios, aunque no hiciera nada de todo eso, ¡es el duque! El mismo que busca algo lindo para su esposa. En fin, tengo toda la noche para ponerme a ello. Podría comparar a su mujer con "la mas bella de las estrellas" o con "la cara oculta de la luna", pero mi propia esposa me reclamará que me acueste con ella, en nuestro dulce y caliente lecho. Espera un momento... Ah, nada. Podría relatarle lo que me costó escribir una poesía, pero no es eso lo que el busca. Pero, ¿y si cambio los hechos? ¿Y si cuento lo que me costó describirla a ella, a su dama? Vaya, si, podría servir. Trazo unas líneas en el papel en las que se leen: "Oh, era la mas oscura de las noches y mi alma recordaba tus cabellos bajo un sol, incapaz de decir cuánto..." Ahí paro. Siento unas manos en mi espalda, mas concretamente en los hombros, masajeándolos. -¿Incapaz de decir cuánto me quieres?- dice una voz suavísima. Sonrío y me doy la vuelta. Ella se sienta en mi regazo y me besa. La correspondo suavemente. Me quita la pluma de la mano y me conduce hasta nuestra cama. Y así nos dormimos, abrazados, disfrutando de nuestro silencio. Eso sí que no tenía descripción.