sábado, 19 de diciembre de 2009

Poema Numero 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: <>

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos mas tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre
mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

El viaje

Con la maleta en una mano, y el corazón en la otra, subió la escalerilla del tren. Le gustaban los trenes a vapor, y este tenía clase. Le dejó el equipaje a un muchacho que le condujo raudo a un compartimento amplio, con una gran ventana. El tren arrancó. Se acomodó en el sofá negro y sacó de su bolsa una novela de Shakespeare, pequeña, de edición bolsillo. No la abrió. Antes quería, como siempre, mirar como el paisaje cambiaba en la recta en la el tren cobraba velocidad. Era una extensa llanura, seca y enfermiza, poblada de cactus y ratones, que recordaban a las películas del Oeste, esos malos films a blanco y negro. Un solitario jinete corría en dirección opuesta. Abrió el libro. Quería que este viaje cambiara su vida. Un pequeño gran giro. De pronto recordo que en su maleta sólo llevaba 33 libros, unos pantalones y una chistera. Suspiró. Mas que suficiente.