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-A ver, Diana, ¿galletas con la leche?- le preguntó su abuela.
-Coño, me llamo Dianne.
-¡No digas palabrotas! Te llamas Diana. ¿Quieres o no?
-Vete a la mierda. SOY DIANNE.
Una lágrima corrió por las cansadas mejillas de su abuela.
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-Pues eso tío... Que si castigada, que si "dónde estabas", Diana... ¡Bla bla blá! Que se vayan todos al fondo del mar, joder.
Alex le dio un mordisco a su bocadillo. -Es lo que hay... Yo también llegué tarde, si, sobre las siete también... Y, a ver, ¿que coño se proponen? ¿No puedo disfrutar de la noche?
Dianne asintió. -Si... Oye, dame un porro o algo.
-Sólo tengo Malboro.
-¿¡Nada más!? Joder, tú también eres todo un recto, tío.
-Déjame en paz, que me cogía unas subidas de horas ¡¡¡HORAS!!! Y me venía mal para los pulmones.
Ella suspiro. -Ok. Por un día que tome cigarros...
Alex sonrió. -¿Qué vas a hacer esta tarde?
-Se supone que estoy castigada... No sé. Supongo que nada.
El chico arqueó las cejas. -¿Acaso no lo has pillado?
Ella le miró y sonrió también. - ¿Los tienes aquí?
-Cinco. Cinco como mis ideas...
Dianne estalló en una súbita carcajada.