viernes, 4 de febrero de 2011

Otra forma de decir que te quiero.

Imaginaos, por un momento, una pequeña isla en medio del mar. La isla no tiene vegetación ni fauna, es sólo roca desnuda a la intemperie.
La roca y el mar siempre se tocan, están juntos.
A veces, cuando hay tormenta y el viento arrastra sombras, el mar se abalanza sobre la roca, cubriéndola por completo, no la deja respirar. Ella sonríe.
Sin embargo, cuando ninguna fuerza obliga a hacer nada al mar, éste deja en paz a la isla, sin preocuparse por ella en absoluto, puesto que no se va a mover de allí. Es en esos momentos cuando se siente más sola que nunca, aunque el mar siga tocándola.
Ambos están ahí desde el inicio de las cosas y estarán hasta el fin del mundo, juntos.

***

La roca debería aceptar la soledad que llega en tiempos de calma, y a no depender tanto del mar para alcanzar la felicidad; a sonreír menos y callar más.
El mar, por el contrario, apreciar lo que tiene y cuidarlo, porque ningún tesoro es eterno, y hacer notar que ella no está sola.
Ambos juntos no son lo que uno solo. Por separado no valen nada.
Darse cuenta de lo que tienen a lado y apreciarlo en todas sus formas y estados.

martes, 1 de febrero de 2011

Mis palabras.

Sobre fuego escribo en un helado lienzo, intentando capturar las últimas esquinas de un alma curiosa, de ésas que con un gesto frío te dejan escuchar su risa de cascabel.

¿Qué?
Muy bien, al revés.

Encima del hielo me desangro, acuchillada por mil palabras ardientes que no tenían donde ir desde que escaparon de la prisión de los sueños rotos.

¿Mejor?

No puedo descansar, hay sensaciones que todavía se me escapan entre los dedos. Intento asumir que la vida terminará antes que mi gran obra, que lo legaré a ningún sucesor, por que, ¿sabrían ellos, acaso, intentar plasmar lo que yo plasmo? ¿Lo que he trabajado y trabajo? Éstas palabras que ya son mías, porque las quise y pagué un precio por ellas. Aunque todavía me dominan y salen a su antojo...

¡Bah! ¿Qué van a saber?
Muy bien, ¡reíd! ¡Mofaros de mi! Pero cuando os sentéis frente al papel y no vengan, oiréis mi voz. Porque ellas están conmigo y jamás me abandonan. Puede que no las sepa encauzar, que salgan a borbotones, sin ton ni son, chocando unas con otras; pero jamás me abandonan.
Una maldición que yo misma me busqué y a la que no renunciaría por nada del mundo.