domingo, 19 de septiembre de 2010

Cierra los ojos.

Cierra los ojos, y piensa por un momento, en un fugaz amanecer. No me mires así, hazlo. Deja que el rocío de una mañana se adhiera a tu piel, como si fueras otra brizna de hierba. Recuéstate en el césped. No abras los ojos. Acaricia tu pelo, así, despacio. No tengas prisa. Ahora dejaré resbalar mis labios en tu cuello, no te asustes. Tranquila. Acaríciame la nuca, no me importa tu torpeza. Bésame.

- Raúl, estoy asustada... Bueno, no.. Pero...
-Shhh.

Te quitaré ese colgante. Soltaré las tiras que apresan tu cuerpo. No te pasará nada. Piensa en los rayos de sol. Dan a tu piel un aspecto suave. Delicado. Un melocotón dorado que nunca ha sido dormido. Déjame hacer, relájate. Así. Acaríciame los párpados. Y ahora...

-Por favor, no sé si quiero hacerlo. Estoy nerviosa. Te quiero.
-¿Acaso eso no basta?

Déjate llevar. ¿Escuchas los pájaros? Cantan para nosotros. Desabróchame la camisa. Así. Bien, preciosa. Olvida la ciudad. A papá y mamá. Relájate. ¿Ves? Ya estamos desnudos. No ha sido para tanto.

-Raúl, ¿que me vas a hacer ahora? Por favor...
-Te miraré hasta la caída de la noche. Haré lo que me pidas. No tengas miedo. Me limitaré a contemplar este cuerpo tuyo tan hermoso, adorándolo, y disfrutando del amor que me das... Qu es mío, sólo mío; y aún no me lo creo.
-Entonces, ¿no me vas a hacer nada?
-¿Que quieres que haga? Si quieres, mírame tu también.
Ella se relajó. -No, está bien así... Gracias.
-Gracias a tí, angel.