lunes, 20 de agosto de 2012

Lluvia.

Llueve, llueve, y parece que con cada gota que cae una lágrima se desprende de unas pestañas. Las catedrales lloran recuerdos de desconocidos, santos y demonios. Las piedras de la calle se lamentan, y quieren huir de su eterno ataúd gris resbalando poco a poco. Las fuentes no distinguen ya dolor propio del que se derrama del cielo.
No hay niebla.
Sólo lluvia.