domingo, 18 de marzo de 2012

Como cada noche desde tiempos inmemoriales, se encendieron las velas y los candelabros a la hora que acostumbraban. Su luz precavía a los confiados, alejaba a las sabias bestias y daba el aura misteriosa propia de los castillos.
Y sus dueños comenzaban a despertar.
Eran dos hermanos, ambos altos y esbeltos, con los rasgos exóticos propios de aquellos que no frecuentan el exterior. Sus miradas eran un pozo sin fondo, enigmáticas, puede que incluso atractivas; pero que si te cruzabas con ellas abandonabas toda esperanza. Kuran Kaname era el primero, siendo su gemelo Zero Kaname.
Aquella noche esperaban a un "invitado" que venía de África, a un cobarde que había osado, y conseguido, hundir su reputación a base de mentiras desde las sombras. Lo habían buscado por todos los confines del mudo, hasta que dieron con él y le obligaron a prometer que aquella noche les visitaría...
Ya no habría amanecer para Kail Argisaaren.
¿Y quién se atreve a romper una promesa hecha a un vampiro? Ni siquiera aquel insensato. A medianoche apareció en medio del salón, e inmediatamente fue rodeado por los hermanos; quienes, con una pulcritud asombrosa, le despojaron de su capa.
-Estará cansado de tan largo viaje. Por favor, permítame ofrecerle una copa.-dijo Kuran suavemente.
El viajero le miró con odio, y sabiendo que era inútil negarse, aceptó con una sacudida de cabeza.
El vino era rojo como la sangre que pronto se derramaría.
-¿Está todo de su agrado? ¿Suficiente luz? ¿Tiene frío? Quizá prefiere el violín...-murmuró Zero con su media sonrisa en descomposición, al tiempo que una música macabra encabezada por un violín chirriante comenzaba a sonar.
-Todo perfecto, gracias.-dijo el invitado entrecerrando los ojos.
Los hermanos sabían que se consumía en la envidia. Kuran pensaba que era producto de una inmadura e inexplicable rivalidad; pero Zero creía que su odio era algo más, nada precoz, nada fugaz, algo que llevaba siglos y siglos ardiendo en el interior de su podrido corazón... El huésped carraspeó y se levantó, quebrando así el silencio que había inundado la sala. Los anfitriones también se incorporaron, quedando los tres de pie, frente a frente.
Las velas iluminaban tenuemente la gótica estancia. El viento golpeaba furiosamente contra las vidrieras. La respiración del reloj de plata resonaba en la sala.
Lo que duró el parpadeo de Kail Argisaaren fue lo que tardaron ambos hermanos en despedazarle, aplastar su cráneo contra el suelo y esparcir sus restos por el salón.
-La libertad...-empezó Kuran.
-... es nuestra.
-La noche...
-... nos pertenece.
-Y aquel que ose hacernos frente...
-... morirá.-concluyó Zero.

Se miraron en silencio y abandonaron la estancia.