sábado, 4 de junio de 2011

Sin explicación.

Por primera vez en su vida, tuvo miedo de perderla.
Él, alto y fornido, con aquella espalda musculosa. Guapo como pocos, y con una conversación ágil y risueña. Ese cabello negro, esos ojos azules que a sus 40 años traía locas a las mujeres de la urbanización.
Y, en cambio, ella: pequeñita, mas bien rechoncha; graciosa, pero un poco corta de entendederas. Castaña, ojillos verdes, una sonrisa mas bien irregular. Cierto atractivo sexual.
Podría haber elegido a cualquier otra; una rubita de metro ochenta, guapísima de ésas que quitan el aliento... Miles de etcéteras. Pero no, fue ella la elegida.
La conoció cuando iba a elegir un sofá para su salón. Ella en aquel tiempo trabajaba en aquella tienda, mal pagada y con riesgo de ser despedida, pero allí estaba. Le mostró todo el catálogo, y él, dejándose llevar, extrañamente embelesado, cayó en una red que ella nunca que había propuesto tejer. Le eligió el sofá, y también los anillos de boda. Todo fue bien, muy, muy bien.
Vivían según las elecciones que ellos mismo tomaban.
Pero, una luminosa mañana, él tuvo miedo.
Mucho, muchísimo miedo.
Se sentía solo.
Y ella como siempre; normal y tranquila, ajena a los problemas.
Él sintió que se iba lejos, muy lejos, donde no podía alcanzarla.
Nada mas lejos de la realidad.
No era buena idea hablarle de astrofísica, de los mensajes subliminales de la película "El Resplandor", de las ecuaciones matemáticas... Pero sabía estar al lado de su marido. Podría decirse que era lo único que sabía hacer pero, seamos justos, algún que otro talento más tendría.
Nunca le abandonó.
Aun cuando él, presa del pánico, la dejó, ella siguió preparando el desayuno para dos cada mañana, planchando las camisas que por descuido no se llevó, comentando las noticias como si él pudiese oírla desde el cuarto de estudio...
Que ilusa, y que desgraciado.
No; que guapa y que estúpido.
Mírese como se quiera.

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