Llueve, llueve, y parece que con cada gota que cae una lágrima se desprende de unas pestañas. Las catedrales lloran recuerdos de desconocidos, santos y demonios. Las piedras de la calle se lamentan, y quieren huir de su eterno ataúd gris resbalando poco a poco. Las fuentes no distinguen ya dolor propio del que se derrama del cielo.
No hay niebla.
Sólo lluvia.
Jolines, lo que daría yo por tener lluvia ahora mismo... lo que no daría, más bien.
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