viernes, 11 de junio de 2010

La sonrisa de hierro

Entré nerviosa, y apenas me senté y cogí una revista, me llamaron dentro. Me indicaron que me tumbara en esa silla mecánica tan típica, y las dos, muy sonrientes, pero con un rastro de tristeza en su mirada, como si supieran lo que iba a sufrir, empezaron a describirme a darme indicaciones de como cuidar mi nuevo aparato dental. Yo las escuché, mientras mi madre revoloteaba por allí, riéndose de cosas sin importancia que soltaban de vez en cuando las dos mujeres. Hasta que al final en lo metieron en la boca. No era tanto el dolor físico que producía como la certeza de que el lunes, mil pares de ojos me mirarían curiosos, burlones, compadecidos o incrédulos. Pero no protesté. No dije nada. Incluso cuando me sonrieron, "¡Di algo, anda! ¡Para probar cómo te va!", mantuve mi boca cerrada. Entretanto, mi lengua exploraba aquel intruso que allí se había instalado, con la incierta promesa de una sonrisa radiante. "Mas radiante", según ellas. Pensé que al salir de allí las odiaría, pero nada de eso. Aunque nunca olvidaré sus caras, para mi eran sombras que me colocaban algo indeseablemente necesario, y para colmo, por decisión mía, así que no había motivo para odiar.
Me levanté. Había terminado, empezaba una nueva etapa. Al entrar en el coche encendí la radio,y mi madre, en un vago intento de entablar conversación, fijó sus ojos en la carretera. Me dejó en casa y se fue a la farmacia.
Subí corriendo las escaleras, ignorando mi hermano y a mi padre, que me preguntaron cómo me había ido. Subí y subí, llegando a mi habitación. Me coloqué en frente del espejo y cerré los ojos. Intenté sonreír, pero fue en vano, mis músculos parecían no obedecerme. Me forcé, pero no abrí los ojos, no quería una sonrisa falsa. Respiré hondo. Respiré hondo. Una lágrima escapó de mi, estrellándose contra el suelo en mil pedazos. Te imaginé tumbado en una cama cualquiera, sujetando cualquier guitarra, pero con tus ojos, tu pelo y tu sonrisa. Me tendías la mano desde los confines del mundo. Carlos... La cogí fuerte, muy fuerte. Y sonreí. Parpadeé, teniéndote a mi lado. Y viste y vi en mí una nueva cara.
Una sonrisa de hierro.
La sonrisa mas hermosa que habías visto.

1 comentario:

  1. No tienes porqué sentirte así, solo son unos aparatos, y mucho menos estar atenta a las miradas burlonas o incrédulas.Yo también me voy a poner, no es que me entusiasme, porque al principio es incómodo pero te acostumbras,¿no?
    Saludos

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