miércoles, 26 de marzo de 2014

Machismo.



Machismo. Y nos viene a la cabeza la imagen de mujeres llenas de marcas causadas por los golpes y con ojos hinchados, gritos, amenazas e insultos. Permítanme decirles que eso es simplemente la cola de la quimera, lo que la hace reconocible y por ello evitable. El machismo está en todas las palabras, en los gestos y, definitivamente, en nuestra vida.
   Observen cómo derribo un mito: un caballero no es aquel que abre la puerta para que la señorita pase antes que él. Eso es una persona educada. Caballeros andantes y damas en apuros murieron en la literatura del XIX, y puede que sigan vivos entre las páginas de esos libros, o entre las fantasmadas de quienes pretenden evocar aquellos tiempos. Pero el mundo ha cambiado, a través de revoluciones, tanto sociales como de pensamiento. Esos conceptos ya no existen. Hoy en día tratamos con personas, mujeres y hombres, hombres y mujeres. Pero, si aun así quieren aplicar la palabra “caballero” (la cual desterraremos más adelante), que así sea: caballero es aquel que, al igual que su compañera, hace las labores de la casa, cocina, plancha, friega en tanto que el tiempo se lo permita y según estén distribuidos los roles domésticos; no emplea palabras obscenas para describir a nada ni a nadie que hagan referencias a la mujer, tampoco las trata con condescendencia ni  esperando nada a cambio, ni mucho menos las considera el “sexo débil”, sino débiles a quienes así las llaman. Eso no es ser un caballero, eso es ser una persona educada. ¿Acaso creen que el machismo solo se da de hombre a mujer? Otro mito que echar por tierra. No. La mujer ha tenido tradicionalmente el poder –y lamentablemente el deber- de educar a sus hijos. Y esta educación sería, sin muchos cambios, la que ella misma habría recibido: machista. Diferenciando entre hijo e hija, y estos dos crecerían con esas ideas: uno ejerciendo esta discriminación, y la otra sufriéndola sin ser consciente de ella. Si se preguntan cómo salir de este círculo vicioso, les responderé que a la educación se la combate con educación: necesitamos humanizar, crear personas, ni damas ni caballeros.
   El machismo es una metralleta con una carga infinita de balas que, descontrolada, dispara sin orden ni concierto; a quien dio, dio. A quien mató, mató. Ciertamente es muy complicado y fantasioso eliminar esta discriminación de la mañana a lo noche, pues si bien se necesitaron años para todos los cambios importantes acontecidos a lo largo de la Historia, esto también requerirá de tiempo para solventarse. Pero si disponemos de tiempo, ganas y conocimientos, ¿qué nos impide hacerlo ya? ¿Estamos trabajando en ello realmente? ¿Acaso nos desanima no ver los frutos inmediatos de nuestro esfuerzo? Entiendo que hay muchas barreras sociales y, sobre todo de pensamiento, que hay que borrar: las normas de “cortesía” hacia la mujer, incidiendo en una supuesta debilidad (ceder asientos, levantarse en su presencia, abrir puertas, permitir el paso…), cuando, ante lo que estamos verdaderamente (repito de nuevo) es ante una mera cuestión de educación, de prejuicios y de convenciones sociales que no cuestionamos porque “siempre ha sido así”.
   Es cierto que a lo largo del tiempo las mujeres han ido consiguiendo que sus derechos se equiparen a los del hombre, y de ahí que tengan un día dedicado a ellas (que espero que, por otra parte, desaparezca con el tiempo. La igualdad se consigue normalizando.), y no por ello hay que rendirse ahora, pues no hemos llegado al final del camino. Es esa senda de la vida la que recorremos todos los seres humanos juntos, cuidando los unos de los otros, sobre la que debemos sentar las bases de una convivencia pacífica e igualitaria. Ciertamente están mejor que hace algunos años, pero no son ni por asomo lo que yo espero para la sociedad. Aún nos queda mucho camino por andar antes de sentarse a descansar. Nos queda mucho que sufrir, mucho por lo que luchar y por lo que reivindicar. Eso es lo bonito de la vida, ¿no? La naturaleza del ser humano, imperfecta y contradictoria, siempre tenderá a buscar esa causa mayor y perdida por la que seguir apostando. La que ahora los afecta es la del machismo, tan mortífera como cualquier otra, pero más aceptada, lo que la hace doblemente letal. Así que ahora les  pido (os hayan convencido o no las palabras de esta estudiante) que reflexionen acerca de esto, pues las revoluciones pueden empezar con una grandilocuente carta de guerra o barricadas en llamas, pero también con la idea que, fugaz, cruza la mente de una persona para quedarse en ella de por vida.

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